¡Welcome to Hosu Shipper Blog!

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En la sección [Fanfiction] arreglé la mayoría, pero aún me faltan estos:

Beautiful Dirty Rich
Cuando el Sakura Florezca
Fairies and What!?!
Love is a Force of Nature
Lust Caution
Scut Hamsters
The Reunion
The Year Without Santa

Los fics están, sólo que les costará ubicarlos.

7 may 2013

THE DRAGON AND THE SUN

Título: The Dragon And The Sun
Autor: Yulebaifenbai90
Traductora: AleLi
Pareja: JaeMin
Género: Histórico, Romance
Extensión: Oneshot (Dividido en 6 capítulos internos)
Nota: Abiertamente inspirado en el libro de Amy See "Flor de nieve y Abanico Secreto"
Sinopsis: Debido a una inusual petición por parte de la familia imperial, Changmin y Jaejoong son unidos de por vida a la tierna edad de cuatro años. Creciendo en el aislado palacio con los insensibles padres, los dos chicos encuentran consuelo uno en el otro—soportando la tensión de las continuas presiones, la impasibilidad del mundo en el que viven, y la extrañeza de las chicas. Sin embargo cuando la tentación en forma de emperatriz entra a palacio trayendo malentendidos junto con ella, la relación de Changmin y Jaejoong repentinamente amenaza con desmoronarse. 
*****

Capítulo Uno: El Casamentero

Kim Jaejoong nació como un niño inusual. En Corea un hijo era considerado únicamente bueno en la medida que lo era la fuerza de su agarre, un testimonio de cuán duramente sería capaz de laborar sobre sus campos, y el poder de sus facciones: ojos pequeños que sirvieran de sombra frente al poder del sol, piel áspera que hiciera frente a los elementos durante la temporada de cosecha, y una constitución fuerte.

Jaejoong nació un mediodía después de una inusualmente brillante mañana de invierno. Su piel era tan pálida como la nieve que cubría los exteriores de las habitaciones de su madre, sus ojos grandes y alargados, y su roce tan delicado como la suave manta de piel de cordero en la que lo envolvieron.

“Tu hijo es un buey,” una de las parteras anunció a la dama Kim, “Será un gran trabajador. Gentil y bueno.”

El zodiaco era algo nuevo y exótico para Corea. Una importación de su vecino, China, que había sido utilizado solamente desde hace unos cuantos años por los adivinadores coreanos para fines matrimoniales. No todos creían en las características del zodiaco, pero hablar de las buenas cualidades asociadas al signo de un hijo era siempre útil en aliviar los temores de una nueva madre.

Sin embargo por más gran trabajador que su signo lo llamara a ser, todas las damas le echaban un vistazo al niño y agradecían a los cielos que hubiera nacido en una familia de clase alta. Tan solo era un recién nacido y ellas ya podían decir que Jaejoong era demasiado frágil para ir siquiera con la idea de la vida obrera. Las parteras rieron para sus adentros, susurrando en voz baja. Un hijo era el orgullo de una mujer, pero para la dama Kim hubiera sido mejor dar a luz una niña en lugar de a tan hermoso niño.

Los rumores solo se hicieron más fuertes conforme el pequeño Jaejoong comenzaba a crecer. A pesar de que vivía en medio de la belleza y la opulencia, aún era una rara visión y la gente se asomaba para verlo desde sus puertas serigrafiadas y ventanas con celosías cada vez que acompañaba a su madre al mercado. Nunca habían visto a un niño con tan fino cabello, ojos grandes, y con la piel del color de las wolbaek...las flores imperiales de pera que se dejaban apreciar en raros días de primavera.

“Mi lindo Jae,” su madre solía decir mientras tejía pequeñas chaquetas de lana de cordero, “ni siquiera tu hermana es tan bella como tú.”

Jaejoong, de dos años para aquel entonces, no podía hacer nada más que escuchar con profunda admiración la melodiosa voz de su madre y perderse entre los sedosos pliegues de su hanbok. Su diminuta cabeza asomaba por entre el mar rosa brillante en el que se había sumergido e incluso la discreta y moderada Dama Kim no pudo evitar soltar una risita ahogada a causa de su adorable hijo.

“Si fueras una niña entonces podrías ser desposado por la familia Imperial sin duda alguna,” dijo ella en un ligero suspiro. Jaejoong le dio de palmaditas a su pie con suavidad, como si pudiera sentir su decepción.

“Tú eres mi único hijo, sin embargo,” La dama Kim prosiguió. “Mi honor. Tú harás grandes cosas, Jaejoong-ah. Yo lo sé.”


~~~***~~~

Cuando Jaejoong cumplió los cuatro años de edad su belleza estaba ya cimentada y sus padres recibieron una visita de Kang Shyu Bin, el casamentero real.

Era raro que el hombre hiciera una visita a la ciudad y ya los vecinos habían tomado nota, preguntándose que estaría haciendo allí. Con seguridad no era momento de que la hija mayor de los Kim sea desposada, y el adivino que había estado allí para elaborar las cartas celestes por el segundo hijo de los Kim (un saludable niño de nombre Junsu) se había marchado hace tan solo dos días.

Kim RyeoWon, el cabeza de familia, había dado la bienvenida al casamentero en su casa, ofreciéndole asiento en uno de los cojines de seda mientras un sirviente se apresuraba a servirles el té. La Dama Kim se sentó delicadamente por detrás de su marido, inclinando la cabeza ante el invitado.

El pequeño Jaejoong estaba agazapado en lo más alto de la escalera de madera. Su cuerpo de tan solo cuatro años temblaba de curiosidad. Tener a un nuevo invitado en casa era mucho más emocionante que ver a su hermana cuidar de su pequeño hermanito. No obstante se quedó plantado en el último escalón, oculto tras una cortina de seda, inclinándose para escuchar trozos y fragmentos de la conversación que él ni siquiera podía comprender en su totalidad. Incluso a tan corta edad sabía mejor que nadie que no debía entrar en un lugar donde los mayores estuvieran conversando.

“Nos honra con su presencia, Maestro Kang,” Kim RyeoWon dijo, “pero temo que nuestra hija mayor acaba de cumplir su décimo año de edad. Ella aún es demasiado joven para una alianza matrimonial.”

“No es por su hija que estoy aquí,” el casamentero dijo con calma, “sino mas bien por su hijo mayor.”

Esto inmediatamente captó la atención de ambos Kim. La Dama Kim incluso olvidó su modestia por un breve minuto, emitiendo un grito ahogado.

“¿Jaejoong?” RyeoWon dijo con el entrecejo fruncido, “Ciertamente no hay nada útil que un casamentero pueda encontrar en un niño de tan solo cuatro años.”

Shyu Bin se removió un poco sobre su cojín. “Esta propuesta es muy inusual, sin embargo el Emperador y la Emperatriz están buscando un hermano de compañía para su hijo.”

“¿Hermano de compañía?” RyeoWon preguntó. Este no era un término que le fuera familiar. Incluso con su padre siendo uno de los funcionarios con más alto rango del último emperador, el término 'hermano de compañía' no había llegado a sus oídos conforme él iba creciendo entre y alrededor de los muros del palacio imperial.

“Sí. Alguien que proporcionará compañía al príncipe a medida que crezca, una especie de hermano. Así como las mujeres tienen a sus hermanas de compañía, labor que desempeñan por el resto de sus vidas.”

RyeoWon se sentó en silencio de nuevo, contemplando lo que el casamentero acababa de decir. Este tipo de compromiso entre hombres era casi inaudito. Las damas siempre formaban lazos de hermandad antes y después del matrimonio. Era para ellas una manera de crear una comunidad con el fin de criar los hijos y lamentarse sobre sus penas la una a la otra. El deber de un hombre, sin embargo, era uno solitario. Él era el que proveía a su familia y sentaba el ejemplo para su vecindario al seguir el Código Imperial—Los Tres Principios Básicos y las Cinco Leyes establecidas por el Emperador. Por causa de esto, no había necesidad para ellos de crear lazos de camaradería con alguien más.

“El Emperador y la Emperatriz están preocupados por el desarrollo de su hijo,” el casamentero continuó, “él es su único hijo y ya que es al próximo heredero, no se le está permitido mezclarse con los hijos de las concubinas. Ellos quieren que aprenda a convivir con otros de modo que cuando crezca para ser el Emperador se convierta en un digno guardián y en un pilar para su pueblo.”

La Dama Kim se inclinó hacia adelante y susurró algo en el oído de su esposo.

“¿Por qué escogieron a Jaejoong?” RyeoWon preguntó, repitiendo las palabras de su esposa.

“Su hijo coincide con el príncipe en todos los principios necesarios,” el casamentero dijo calmadamente, “Ambos niños nacieron el mismo año. Del calmado temperamento de Jaejoong se ha hablado mucho y este servirá como un buen contraste a los revoltosos modos del príncipe. Además su hijo nació bajo el signo del Sol, el cual es la mejor combinación para el signo del Príncipe Dragón.”

“El Sol y el Dragón,” La Dama Kim susurró. Ambos eran conocidos por ser los signos masculinos más fuertes bajo los cuales se podía nacer y un compromiso entre los dos sería de seguro largo y próspero.

“Como saben,” Shyu Bin continuó, “esta fue una petición directa desde la mismísima familia imperial. Tal unión entre el príncipe y su hijo traerá a su familia mucha prosperidad. Sería imprudente negarse...”

Y por supuesto así sería. Un hijo era el orgullo de su familia, sin embargo no había orgullo más grande que servir a la familia imperial.

Y solo así, el joven Kim Jaejoong fue apartado de su familia y de su hogar incluso antes de que creciera lo suficiente como para realmente echarlos de menos.


~~~***~~~

Capítulo Dos: Infancia y Piedad filial

La primera vez que Kim Jaejoong se reunió con Shim Changmin, ambos chicos eran demasiado jóvenes como para en realidad comprender la magnitud de lo que su relación significaría. Dos niños de cuatro años de edad no eran capaces de captar la idea de hermanos para toda la vida, pero eran capaces de reconocer a nuevos y excitantes compañeros de juego.

Cuando el casamentero había descrito a Changmin como un niño problema, no había estado bromeando. En efecto parte de la desesperación del Emperador y la Emperatriz por encontrar una compañía para su hijo había sido para que de ese modo su espíritu salvaje pudiera ser domado.

Los peores atributos de un Buey eran su obstinación, su mal genio, y sus mohinescas y apáticas posturas. Shim Changmin era culpable de todos ellos. Era un niño mimado, siendo el único hijo del Emperador, y era proclive a quejarse y hacer una pataleta cuando sea que las cosas no iban a su manera. Era mandón a un grado extremo y desde el momento en que dio sus primeros pasos constantemente andaba detrás de los sirvientes, quejándose por todo con lo que su pueril vocabulario pudiera permitirle.

Los mejores atributos de un buey eran su autenticidad, su motivación, y su amigable naturaleza. Kim Jaejoong, incluso desde la temprana edad de cuatro, mostraba todos estos signos. Él daría sus primeros pasos por los alrededores junto a su nuevo amigo, escuchando cada queja con infinita paciencia. Nunca le reprochaba nada a su compañero, pero no le consentía nada tampoco.

Después de todo, ambos chicos tenían cuatro años y los dos eran testarudos bueyes. Si Jaejoong estaba jugando con un juguete nunca se lo cedería a Changmin, no importando cuánto el otro niño gimoteara y se quejara. En su lugar le ofrecía compartir el juguete, del mismo modo en el que Jaejoong compartía sus galletas con Changmin durante la hora de los bocadillos.

Si Changmin no quería escucharlo entonces Jaejoong simplemente lo ignoraría por el resto del día, siguiendo en complacido silencio hasta que el joven príncipe se disculpara, temeroso de perder a su único amigo.

De este modo Shim Changmin aprendió rápidamente que no importa cuánto los otros se inclinaran ante él y cumplieran cada uno de sus deseos, cuando se trataba de Kim Jaejoong simplemente era mejor hacer lo que el otro niño quería de él.

Esta fue una lección que, muchos muchos años por delante, le causaría un gran dolor a Changmin ignorar.


~~~***~~~

Estaciones pasaron rápidamente y durante el tercer invierno después que Jaejoong hubiera dejado su hogar, el Emperador decidió que era momento de que comenzara la educación formal para los dos muchachos quienes habían sido enclaustrados dentro de los cálidos confines de los muros de palacio.

Hasta este punto, no hubo diferencia alguna en la forma en que los muchachos fueron criados. A ambos les eran obsequiados ropajes hilados a partir de la más fina seda importada de China. Los sirvientes los trataban a ambos como si fueran los pequeños amos de la casa. El Emperador y la Emperatriz no tenían mucha interacción con ellos dos, lo cual era común en el palacio. Pero las pocas veces en que ellos se aventuraban al ala de los niños, siempre trataban a Jaejoong con amabilidad, regalándole terrones de azúcar y finas chaquetas bordadas con hilos de oro.

Sin embargo, a lo largo de su educación era la primera vez que los muchachos entendían cuán diferentes eran sus caminos. Aunque el Emperador los proveyó a ambos de tutores de alta calidad, Changmin iba a ser Emperador y sus estudios eran muy diferentes a los de Jaejoong.

Como un niño cuya identidad y propósito era al mismo tiempo servir de compañía para el Príncipe, el Emperador había decidido que era mejor convertir a Jaejoong en un erudito y un calígrafo.

Changmin recibía sus lecciones dentro, en las cargadas habitaciones con seda que cubría los altos ventanales e incienso ardiendo en los rincones. Su cabeza estaba repleta de todos los principios que un Emperador necesitaba saber—la mecánica de funcionamiento de un país, lo básico en tácticas de guerra y agricultura, del Budismo que su padre practicaba y el nuevo Confucianismo proveniente de China.

Jaejoong, por otra parte, tomaba sus clases fuera—en los pabellones de loto o junto al estanque donde la carpa y la grulla cohabitaban. Le fue enseñada la majestuosidad de la escritura Idu y cómo elaborar poemas con sus pensamientos. Le fue mostrado cómo moler su propia tinta y trazar curvas y líneas que cobrarían forma en representaciones de variados paisajes.

Mientras las clases de Changmin se ocupaban de entrenarlo para ser un líder, las lecciones de Jaejoong estaban marcadas con la gracia y delicadeza que había definido toda su vida.

“Odio aprender,” dijo Changmin un día, desplomándose sobre la cama en la cámara de los niños.

“Te encanta aprender,” Jaejoong replicó mientras se sentaba en el piso frente a la cama. Un rollo de pergamino estaba abierto frente a él y él estaba copiando su lección del día sobre este.

“No sobre agricultura y cómo cultivar apropiadamente la tierra a fin de obtener una buena cosecha,” Changmin resopló, “Voy a ser el Emperador~ ¿Por qué necesito saber acerca de esas cosas tan rústicas?”

“Un Emperador debe ser un soporte para su estado,” Jaejoong se pronunció, “él debe saber hacer lo que la gente hace con la finalidad de construir una más próspera Corea.”

Changmin se reía entre dientes. “Ahora tú suenas como uno de esos  textos que me veo forzado a leer.”

“Mi tutor fue quien escribió tus textos,” Jaejoong dijo con una satisfecha sonrisa, “y cuando nos hagamos mayores yo seré el que escriba los textos que tus hijos aprenderán.”

“¿En serio?”

“En serio. Y yo les escribiré a tus hijos acerca del grandísimo y bruto buey que su papá era.”

“Tú también eres un buey,” Changmin dijo con el ceño fruncido, “pero olvida eso. Ven y duerme. Estoy cansado.”

Jaejoong asintió y guardó sus pinceles, dejando la tinta del pergamino secar al contacto con el aire frío. Esta era una de las veces cuando le permitía a Changmin salirse con la suya. Después de todo, él también tuvo un largo día y eso era simplemente demasiado como para que un niño de siete años pudiera hacer mucho más.

Jaejoong apagó de un soplido la lámpara que había encendido para hacer su caligrafía y se metió en la cama, tirando del cobertor hasta casi la altura de su frente. Aún hacía frío afuera, y a pesar que los sirvientes se habían asegurado de mantener el fuego de la habitación encendido en todo momento, eso no impedía que el intenso frío penetrara en la habitación. Los inviernos coreanos eran hermosos, pero no menos brutales.

“¿Jaejoong?”

La voz de Changmin era casi un susurro pero este se propagaba por toda la silente habitación.

“¿Sí?”

“Hoy aprendí acerca de la piedad filial,” Changmin continuó, “cómo para un hijo, lo más importante es amar a nuestra madre y a nuestro padre.”

“Piedad filial es la constancia del cielo, la rectitud sobre la tierra, y el deber práctico de un hombre” Jaejoong recitó. Se le había enseñado esto semanas atrás y él lo había transcrito sobre incontables pedazos de pergamino, a veces acompañados con dibujos de manzanas o peras.

“¿Sabes lo que eso significa?”

Jaejoong mordió su labio inferior. “No realmente. Pero suena como algo importante.”

Escuchó a Changmin soltar risitas en la oscuridad y poco después él hacía lo mismo. Ambos muchachos trataron de contener sus carcajadas a fin de no alarmar a los sirvientes, poniendo sus manos sobre la boca del otro. Sin embargo, Jaejoong le echó un vistazo a los ojos brillantes por la risa de Changmin y comenzó a reír aún más fuertemente, provocando que su compañero hiciera lo mismo—sus ruidosas carcajadas traspasando las barreras que hacían sus pequeñas manos.

“Príncipe Dragón, ¿se encuentra bien?” Un sirviente preguntó desde fuera de la habitación.

“Sí, Príncipe Dragón, ¿se encuentra bien?' Jaejoong preguntó en tono burlón. Changmin lo empujó levemente.

“Estoy bien,” alzó la voz. Ambos niños permanecieron en silencio después de eso, intentando no hacer más travesuras por esa noche. Jaejoong jaló las cobijas más cerca a él, cerrando sus ojos y disponiéndose para la calma en los pasos de los sirvientes y al arrullo de los ruiseñores tras la ventana hasta ponerse a dormir.

“Jaejoong,” Changmin susurró una vez más.

“¿Sí?”

“A mí en realidad no me importan mis padres,” La confesión fue dicha con voz suave, pero esta traía enormes consecuencias detrás. Todo el mundo, inclusive a los siete años de edad, sabía que la familia venía antes que todo lo demás. Esta era una lección repetida a cada niño desde el primer día. Jaejoong se dio la vuelta y observó a Changmin, quien estaba mirándole fijamente con los ojos abiertos, asustados.

“Yo ni siquiera los conozco,” Changmin continuó, “Los veo unas cuantas veces al año cuando vienen a visitar este lado de palacio. ¿Cómo puedo preocuparme por ellos?”

Jaejoong solo observó a su amigo. Entonces suspiró, alzando sus brazos para atraer al otro niño en un abrazo, el cual Changmin devolvió agradecido.

“Yo tampoco conozco a mi propia familia,” Jaejoong susurró, “Fui traído aquí cuando tenía cuatro. Ya ni siquiera puedo recordar como se veían, menos aún preocuparme por ellos.”

“Jaejoong...hagamos un pacto, ¿está bien?”

“¿Un pacto?”

“¡Nosotros seremos los padres del otro! De esa forma podemos realizar nuestra piedad filial el uno con el otro,” Changmin dijo, los ojos brillantes de regocijo infantil.

“No creo que podamos hacer eso...” Jaejoong dijo sintiéndose un poco aprensivo.

“No sé a quien más elegir aunque,” Changmin dijo con un mohín, “eres la única persona que me importa...”

Y lo mismo pasaba con Jaejoong. Los dos muchachos únicamente se conocían el uno al otro. Ellos ya habían vivido tres inviernos juntos. Ellos se lo contaban todo el uno al otro y dormían en la misma cama cada noche.

“Está bien,” Jaejoong susurró.

E incluso a pesar de que los dos niños aún no comprendían que habían sido reunidos por sus padres para ser eternos compañeros, aquella noche se habían unido el uno al otro de por vida.


~~~***~~~

Estaciones se convirtieron en años y pronto ambos muchachos estaban entrando a su décimo quinto año de vida. Los últimos años habían sido ambos agobiantes e idílicos al mismo tiempo. Los dos muchachos habían continuado con sus arduos estudios, aprendiendo todo acerca de la moral que los buenos hombres debían exhibir. En un esfuerzo por exponer ante su hijo a más gente del pueblo el Emperador y la Emperatriz habían presentado otros compañeros de juego para él. Changmin había rechazado a cada uno de ellos, aduciendo que eran demasiado aburridos para él y preguntándose por qué necesitaría a alguien más si él ya tenía a Jaejoong.

Jaejoong, como el noble buey que era, siempre había tratado de ser más receptivo a los nuevos compañeros de juego. Él sabía que los demás esperaban que sintiera celos de los muchachos que venían a intentar ganarse la amistad del príncipe, pero él no tenía nada de qué preocuparse. Changmin y él eran hermanos de compañía. Sus padres habían hecho un pacto entre ellos dos cuando apenas tenían cuatro años y los mismos niños habían enlazado sus vidas la una a la otra en el séptimo año. Jaejoong sabía que nadie sería capaz de interponerse entre los dos.

Y nadie lo hizo.

Físicamente, Changmin había comenzado a crecer en altura a la edad de doce y parecía que no se detendría muy pronto. Ya se alzaba por encima de su compañero, aunque su cara de niño y traviesos ojos aún lo seguían haciendo parecer tan joven como sus años decían que era.

La belleza que había sido prometida en la infancia de Jaejoong dio frutos y no había día que pasara sin que Changmin no hiciera un comentario acerca de cómo la piel de nieve, labios de rubí, y alargados ojos del más bajo eran desperdiciados en un chico. A fin de contrarrestar estas observaciones, Jaejoong decidió llevar su largo y sedoso cabello atado en un moño en la parte superior de su cabeza en lugar de suelto como los otros chicos de su edad lo hacían. Funcionó ligeramente, ya que si recogía su cabello lograba destacar su fuerte mandíbula, mucho más masculina aún que la de Changmin.

Jaejoong se había convertido en todo un experto calígrafo para esa fecha, incluso más hábil que su propio tutor, y había tomado gran interés por escribir los textos que el Emperador transmitía a sus ministros. Estaba sentado junto al estanque, su lugar favorito, bosquejando las carpas con rápidas y precisas pinceladas cuando Changmin subió presuroso hasta llegar a él.

“¡Jaejoong!”

El hermoso adolescente alzó la vista de su pintura. Una mirada al angustiado rostro de Changmin puso al muchacho inmediatamente sobre sus pies y precipitándose hacia su compañero. Él automáticamente llevó una mano al rostro del Príncipe, intentando apaciguar las temblorosas facciones.

“Changmin, ¿qué sucedió?”

“Mi appa,” Changmin susurró, con el cuerpo entero temblando Jaejoong usó la otra mano para aferrarse al de Changmin.

“¿Tu appa?”

“Está muerto, Jaejoong. Accidente de caza.”

La mano de Jaejoong de inmediato se dejó caer en tanto él observaba a su amigo con los ojos completamente abiertos. ¿Muerto? ¿El Emperador? Eso significaría que....

“Oh no,” Jaejoong exclamó, tirando del tembloroso muchacho hacia él en un abrazo. Carmenó con sus dedos por entre la larga cabellera de Changmin, acariciando los mechones y la piel por debajo de esta. “Oh no, Changmin. Mi pequeño Min”

“Acaban de decírmelo. Ahora mismo. Vine para buscarte tan pronto lo hicieron. Jaejoong...yo...yo...no quiero ser Emperador justo ahora. No puedo ser Emperador justo ahora. Yo no sé nada.”

“Sshh, mi Min,” dijo Jaejoong. Changmin estaba devolviéndole el abrazo tan estrechamente que se sintió algo corto de aire. Pero no le importaba. “Aprenderás todo lo que necesites. Tienes tutores y asesores.”

“Pero...”

“Además me tienes a mí,” Jaejoong continuó. “¿Por qué crees que he sido formado en decretos y Los Tres Principios Básicos y las Cinco Leyes tan vigorosamente? Mi deber es ser tu compañero y apoyarte en todo, incluido tu reino.”

Changmin suspiró y enterró el rostro en el hombro de Jaejoong. “Yo no sé que hacer, Jae.”

Jaejoong se retiró un poco. Secó el rostro de Changmin con su manga y sonrió por apenas una fracción de segundo. “Primero cumplirás tus deberes como hijo y enterrarás a tu padre como es debido. Tras tu periodo de duelo nos ocuparemos de ello.”

“¿Tú estarás ahí?” Changmin preguntó. “¿Durante todo?”

Jaejoong sonrió aún más y asintió con la cabeza. “Somos hermanos de compañía. Tú eres el dragón y yo el Sol. No importa lo que hagas, no puedo hacer más que seguirte y brillar sobre ti.”


~~~***~~~

Las ceremonias para enterrar al Emperador Dragón fueron hechas con el mayor cuidado y abarcaban a toda la nación. Hubo una procesión atravesando el capitolio por el Emperador. Tanto la Emperatriz como Changmin estaban allí, las caras cubiertas por gruesas capas de seda—una barrera para el resto del mundo. Era tiempo de duelo y ver los rostros de la familia imperial durante tales ocasiones era considerado impropio.

Jaejoong iba junto a la familia. También tenía un velo serigrafiado de seda sobre su cabeza, pero el suyo era mucho más ligero y le era posible ver a través de este entre la multitud. Examinó todos los rostros, gente llorando y lamentándose por la muerte de un hombre que ninguno de ellos conocía. Los hombres y mujeres de clase alta permanecían separados del resto, sus ropas de luto hechas de seda crema oscuro con ribetes negros. Jaejoong se preguntaba si sus padres se encontrarían en algún lugar dentro de esa muchedumbre. Tenían que estarlo, no obstante había transcurrido tanto tiempo y él ni siquiera podía recordar cómo se veían sus rostros.

La procesión terminó de retorno a palacio, donde el cuerpo del Emperador yacía sobre una plataforma elevada al interior del gran salón. La Emperatriz y Changmin estaban de pie a la derecha del cuerpo mientras las concubinas y sus hijos se arrastraban hasta el rincón más apartado a la izquierda del salón. Jaejoong vio esto y fue a unírseles, solo para ser detenido por una fuerte mano sobre su muñeca.

Volvió la mirada y se encontró con Changmin aferrándose a él. El príncipe lo atrajo a su lado y mantuvo su fuerte agarre hasta estar seguro de que Jaejoong no escaparía. Si la Emperatriz sintió alguna molestia porque Jaejoong siguiera de pie con ella y con su hijo, no dijo nada al respecto.

Uno por uno, los oficiales hicieron su ingreso y ofrecieron sus respetos al Emperador caído, inclinándose por debajo de la plataforma donde se encontraba.

Jaejoong observó a cada pareja presentarse, preguntándose cuáles serían sus padres. Él no era capaz de decirlo en tanto más y más gente venía, se inclinaba, y se iba. No hubieron palabras ofrecidas acerca de cuán maravilloso el Emperador era, cuán valiente, o cuán bondadoso de espíritu había sido. Jaejoong se preguntaba si hubo alguien en el mundo que en realidad hubiera conocido al hombre. La Emperatriz era la única que había sido cercana a él, pero la unión entre un hombre y una mujer no era en lo absoluto igual a la unión entre compañeros.

Y un segundo después cuando Changmin apretó su mano, se inclinó un poco, y susurró “Me alegro de que nos tengamos el uno al otro cuando esto nos suceda”, Jaejoong supo que su hermano de compañía (como siempre) estaba pensando lo mismo.


~~~***~~~

Capítulo Tres: Una Serpiente Entra a Palacio

“Me encontraron un buen partido.”

Jaejoong estaba sentado sobre la cama mientras Changmin se tendía detrás suyo, una mano acercándose para perezosamente acariciar la larga cabellera que el más bajo había dejado caer.

“¿Matrimonio?”

Changmin asintió aún a pesar de saber que su compañero no sería capaz de verlo. “Voy a ser coronado Emperador dentro de dos meses una vez que mi periodo de duelo haya terminado y Shyu Bin dijo que necesitaría tomar una esposa al momento de ascender al trono.”

Jaejoong jugaba con el borde de su túnica de seda para la hora de dormir. Comenzaba el verano y el aire tenía un intenso, y almizclado aroma que impregnaba aún hasta la más fina de las telas.

“¿Quién es ella?”

“Jeo Sunmyeong. Del clan Yeoheung del Norte. Es una buena familia.”

“Sunmyeong,” Jaejoong repitió, saboreando la sensación del nombre en su lengua. Sus dedos extendiéndose por todo el cubrecama, imaginando cómo lo transcribiría en su precisa caligrafía. “Ella tiene un hermoso nombre.”

“Ella es tres años menor que yo, una serpiente. Es la pareja más auspiciosa para un buey.”

Jaejoong asintió con la cabeza. Una serpiente era la más auspiciosa, sin embargo él no confiaba en ellas. Su tutor le había dicho que las serpientes eran vanidosas, crueles, y astutas. Él no quería a su Min en torno a esa clase de persona, pero no había nada que él pudiera hacer para detenerlo. Él solo esperaba que cuando Changmin tomara concubinas ellas fueran de un diferente signo. No quería estar en un palacio infestado de serpientes.

“No suenas muy feliz.” Jaejoong dijo suavemente.

“Es solo matrimonio, Jae. Y la chica tiene doce. No se supone que sienta algo al respecto, mucho menos felicidad.” Changmin respondió tristemente.

“¿Quieres entrar a un matrimonio sin amor?”

Changmin dejó salir una fuerte tos que sonó más a carcajada, tomando a su amigo por la cintura y girándolo de tal manera que los dos estuvieran frente el uno del otro.

“¿Amor? Jae, ¿desde cuando ha tratado el matrimonio de amor? Te casas para asegurar la tierra y para tener hijos. Creo que pasas demasiado tiempo con la cabeza metida en poesía.”

“¡Pero el amor te da compañía en la vejez!”

Changmin se limitó a negar con la cabeza. “Mi tonto Jae. ¿Por qué buscaría compañía en el matrimonio cuando ya te tengo a ti? ¿Es que acaso no sabes ya que tú eres la única compañía que necesitaré? Se supone que nosotros seamos filiales el uno al otro hasta el final.”

“¿De verdad?”

“De verdad.”

Jaejoong sonrió ante las palabras de Changmin. “Ah qué bueno. Porque de acuerdo a mi tutor, las serpientes son horribles en el amor.”


~~~***~~~

Los preparativos para la próxima boda eran interminables y como el calígrafo oficial y erudito de palacio, Jaejoong se mantenía ocupado. Él escribió poemas de prosperidad sobre retazos de seda rojo intenso los cuales eran luego atados a los pilares por todas las calles de la ciudad. Él entregó personalmente invitaciones entintadas a los más destacados funcionarios, decorando el frente con un adorable diseño de un dragón y una paloma volando juntos.

Los preparativos mantuvieron al muchacho tan ocupado que antes de que se diera cuenta, ya era el día antes de que las nupcias tuvieran lugar. Changmin estaba sentado en su cama, las rodillas dobladas y observando a Jaejoong con ojos cansados mientras el erudito encendía el incienso por toda la habitación.

“Sabes que tenemos sirvientes para eso...”

“Lo sé,” Jaejoong respondió con un leve movimiento de mano. “Yo solo quería que...hoy...”

“Entiendo.”

Y con eso el silencio se filtró de nuevo en la habitación. El príncipe mantuvo sus ojos fijos sobre su compañero mientras este revoloteaba por toda la habitación. Lo observó abrir la caja donde guardaba todos sus escritos y extraer un fino rollo de pergamino.

“Esto es para ti,” Jaejoong susurró, adelantándose y presionando el rollo en la mano de Changmin.

Changmin lo abrió. Era una pintura, hecha en base a los delicados dorados y brillantes rojos a los cuales Jaejoong era afecto. Representaba un dragón alzándose por encima del suelo al cielo y el sol resplandeciendo magníficamente sobre él. El príncipe simplemente contempló la pintura, asombrado por cuán hábil su amigo era con el pincel.

“Es para que la cuelgues en tu habitación matrimonial,” dijo Jaejoong, “estarás mudándote allí con tu esposa para mañana y quería que tuvieras algo de mí allí también.”

La enormidad de la declaración no escapó a ninguno de los dos jóvenes. Esta noche sería la última de Changmin en el ala de los niños dentro de palacio. Él había pasado los últimos 15 años de su vida allí, correteando por todas partes con Jaejoong y durmiendo en la misma cama por la noche, susurrando secretos suavemente de modo que los sirvientes no fueran capaces de escucharlos.

“¿En realidad creíste que te olvidaría una vez que dejara esta habitación?” Changmin preguntó, alzando la vista hacia su amigo. “Nosotros somos hermanos de compañía.”

“Tú tienes un deber con tu esposa ahora,” Jaejoong dijo con una triste sonrisa. “Es una de las Cinco Leyes que tu padre escribió.”

“¿En serio?”

“Sí. La relación entre un hombre y una mujer es pyul. Deferencia. Ambos deben diferir el uno del otro y mantener la armonía en su relación.”

Changmin inclinó la cabeza a un lado, meditando en las palabras. “¿Cuáles son las otras cuatro?”

Jaejoong sonrió. Sus artes académicas habían grabado aquellas cinco leyes en su mente desde los siete años.

“El deber entre padre e hijo es chin, amistad. Entre Rey y Cortesano es eui, rectitud. Entre anciano y joven es saw, grado...”

“¿Y el último?” Changmin preguntó.

“El deber entre dos amigos es shin.”

“Shin” Changmin repitió.

Fe.

“Entonces ten algo de fe en mí, Jaejoong,” Changmin dijo, deslizándose de prisa a su lado y llevando sus manos hacia arriba para acunar las mejillas del muchacho. “No importa cuántas mujeres traigan a palacio, tú siempre serás lo más importante para mí.”

Jaejoong sonrió suavemente, alzando sus propias manos para situarlas por encima de las de Changmin.

“Nosotros somos hermanos de compañía. El dragón y el sol,” Changmin prosiguió. “Incluso si no tienes fe en nada más, al menos ten fe en nosotros”


~~~***~~~

La noche después de la boda de Changmin encontró a Jaejoong en la cámara de los niños—sentado sobre su vieja cama mirando por la ventana de celosía el cielo de noche, nublado por el humo de los petardos que habían hecho estallar en medio de la celebración.

El aire estaba cargado con el aroma a pólvora e incienso y los susurros de los sirvientes al otro lado de la puerta eran más osados que nunca antes sin la presencia del príncipe para acallarlos.

Y por primera vez desde que Jaejoong podía recordar, él estaba solo.

Los dedos del muchacho se alargaron para acariciar una suave y cálida mejilla solo para encontrarse con una sábana de seda. Un sentimiento de melancolía se extendió por todo su pecho mientras él bajaba la vista al punto en el que Changmin había descansado durante toda su vida. Aquí había sido donde ellos dos permanecían despiertos hasta que las velas se consumían en las llamas y la oscuridad recaía en la habitación, susurrando sus secretos y deseos cada uno en los oídos del otro.

Jaejoong se puso de pie y acortó la distancia hacia la ventana. Contempló a través de ella el lóbrego cielo. En algún lugar, bajo este mismo cielo, en ese mismo instante Changmin estaría recostado en las cámaras nupciales. En algún lugar Changmin estaba experimentando algo que Jaejoong, como el típico célibe erudito, jamás podría.

El patio estaba repleto de símbolos-- peonías y caquis. Uvas y granadas y enredaderas. Todos símbolos de sexo y fertilidad que Jaejoong había pintado por sí mismo con delicados trazos de su pincel.

El hombre de pelo negro azabache cerró los ojos, sus dedos aferrándose al alféizar de la ventana con fuerza mientras él imaginaba exactamente lo que su hermano de compañía estaba experimentando. Pasando sus manos por una joven, pálida piel y un largo y sedoso cabello. Envolviéndose a sí mismo con la visión y el aroma de su nueva novia. Sonidos de placer escapando de unos labios carnosos mientras él alcanzaba picos que nunca habían sido explorados antes.

“El deber entre un hombre y una mujer es deferencia. El deber entre amigos es fe” Jaejoong susurraba en voz baja, una y otra vez.

Sentir deseo en el sentido sexual estaba en contra de cada lección que él había aprendido a lo largo de su vida, y sin embargo mientras permanecía de pie junto a la ventana envuelto en sus pensamientos, no podía aplacar las llamas que crecían dentro de él al tiempo que su mente seguía deambulando por donde no debería.

En los cortos y rápidos pasos de un hombre casi poseído, Jaejoong se abrió camino hasta su arcón, ansioso por liberarse de la única forma que conocía. Sacó su pergamino, pasando sus dedos por toda la extensión del material mientras lo cortaba por la longitud exacta. Rápidamente moliendo tinta y mezclándola con agua del velador, Jaejoong tomó su pincel y comenzó a pintar.

El incienso ardía, espeso y caliente, alrededor del cuerpo tembloroso de Jaejoong al mismo tiempo en que él movía su pincel por todo el pergamino como un demente. Idos estaban los delicados trazos que había aprendido. En su lugar, esta pintura provenía de una parte más primaria e instintiva. Él inclinó su pincel a la derecha, la perfecta elevación de la espalda de Changmin capturada para siempre en tinta negra. Más curvas llenas de cuidado sacadas del pincel y la larga cabellera del príncipe cobró vida, recorriendo su espalda en negras ondas azabache.

Jaejoong se removió sobre sus rodillas mientras continuaba con el cuadro y más de la silueta desnuda de Changmin aparecía sobre el papel. La fuerza de su mandíbula al inclinar la cabeza para un lado, los músculos de sus bíceps y muslos trepidando de vida por debajo de una reluciente piel.

Envalentonado por la temperatura de la habitación, la luz de la luna, los aromas alrededor suyo, las pinceladas de Jaejoong se hicieron más rápidas y más desesperadas, los movimientos de su muñeca dejando rastros de tinta sobre el pálido pálido espacio que comprendía su mano y rostro. Era una noche calurosa, haciéndose aún más caliente por el humo, pero en ese momento—envuelto por su pensamientos y sentado bajo la luz de la luna filtrándose—Jaejoong sentía que el fuego que ardía dentro de él era mucho más abrasador que cualquier cosa que los dioses pudieran infligir sobre él a través de los meros ciclos estacionales.

Un giro de los dedos, tan delicado y fuera de contexto como la brisa de verano, y Jaejoong culminó la pintura—la silueta de un Changmin desnudo sosteniendo tiernamente a una mujer de ojos pequeños y semicerrados como los de una musaraña, completamente visibles a la luz menguante de la luna.

Era la cosa más íntima que había pintado jamás y con un suspiro desacompasado, sopló sobre esta hasta que estuvo lo suficientemente seca como para guardarla en el fondo de su arcón. Esta no era una pieza para ser expuesta, ni algo que compartiría con nadie—ni siquiera con su hermano de compañía. Este trabajo era para él solamente, uno que observaría en los años por venir preguntándose por qué se sintió tan obligado a pintarlo.

¿Fue meramente la curiosidad infantil por sentir lo que su hermano de compañía estaba atravesando? ¿O era algo más profundo—una necesidad más carnal de estar con Changmin durante tan íntima escena?

Esa era una pregunta que él nunca sería capaz de responder.
                                           
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Capítulo Cuatro: El Final de Una Vida

El reinado del nuevo Emperador Dragón fue uno de los más prósperos para Corea. A medida que el joven emperador entraba a su vigésimo año, las tierras de todo el país eran más fértiles y la gente se encontraba bien alimentada. El comercio con sus vecinos de China se mantuvo estable y la clase alta nunca estuvo desprovista de fina seda y especias.

El Emperador Dragón se había ganado la reputación de ser un líder generoso quien era bien versado en etiqueta y poseía una mente ágil la cual usaba para resolver cualquier demanda que sus compatriotas pudieran tener. Había vivido de acuerdo a los preceptos de su padre y se había convertido en un pilar para su pueblo.

Pero tan notable como el Emperador Dragón lo fue el Erudito Sol, el nombre que le había sido otorgado al asesor más virtuoso y más allegado al Emperador. La poesía del Erudito Sol era incomparable, extendiéndose sus versos por todo el país, y siendo recitada con suma gracia durante los festivales anuales. Se decía, entre aquellos que tenían el privilegio de conocer al Erudito Sol personalmente, que su inteligencia y gracia eran únicamente secundadas por su encantador aspecto.

La idílica paz que se había posado sobre la nación hizo bien en ocultar los problemas que recaían sobre el palacio imperial a los ojos del público. Sin embargo, las tensiones bullían en el interior de la estructura, envolviendo en espiral a los que allí vivían.

La Emperatriz Sunmyeong había probado ser tan serpiente como la que el tutor de Jaejoong había descrito y contra la cual lo había prevenido. Ella era vanidosa a un grado extremo y astutamente engañosa. Además había tomado un gran apego por Jaejoong. Al igual que su esposo, ella confiaba en el hombre—arrinconándolo en una esquina de su habitación o en el pabellón donde trabajaba a fin de lamentarse por sus problemas, los cuales el erudito no entendía por qué estaba teniendo.

La manera de pensar de Sunmyeong era demasiado progresista. Ella odiaba su vida como emperatriz—odiaba tener que sentarse en un trono todo el día sin nada que se espere de ella más que lucir hermosa y dar a luz hijos. Estaba amargada y hambrienta de poder y de ella era un hecho conocido que a menudo usaba su cuerpo para las negociaciones. Este era el único punto por el cual Jaejoong y Changmin se enfrentaban férvidamente.

Changmin sentía la lujuria y el deseo que su esposa tenía por Jaejoong y el joven emperador tenía la certeza de que su hermano de compañía estaba enamorado con la misma intensidad de su esposa. Después de todo, Jaejoong constantemente se encontraba entreteniendo a la mujer y correspondiendo a sus deseos con un gentil y ameno tono de voz.

“Sunmyeong te quiere,” el emperador le había confiado una noche cuando ambos estaban sentados junto al estanque mientras Jaejoong dibujaba al hombre, rodeado por las grullas y las carpas, resplandeciendo bajo la luna. La noche era su momento favorito—lejos de los vigilantes ojos de los oficiales, los dos muchachos podían ser tan libres como quisieran.

“La emperatriz quiere muchas cosas que no puede tener.”

“Ella es infeliz conmigo,” el joven emperador continuó.

“Tanto como tú con ella,” Jaejoong replicó descaradamente.

“Ella quiere librar a palacio de mí, y por eso va tras mi única debilidad,” Changmin dijo con un suspiro. Jaejoong sintió una pequeña sonrisa tirar de sus labios. No era un secreto entre ellos cuál era su debilidad. Así como Jaejoong nunca podría negarle algo a su hermano de compañía, Changmin era igual de vulnerable cuando se trataba de él.

“Así trate tan duro como pueda, ella nunca podrá tenerme. No de la forma que tú lo haces,” Jaejoong dijo con calma.

“Pero tú la amas,” Changmin aspiró por la nariz. El erudito alzó la vista de su trabajo, fijando la mirada en el otro joven.

“Tú sabes que eso no es cierto.”

“Lo es,” el emperador suspiró, “lo es, pero eso no importa. No me importa si la amas, Jaejoong. Solo no me traiciones. No hagas nada que pueda traer peligro o vergüenza sobre nosotros o sobre el palacio.”

Jaejoong bajó su pincel y se dirigió al otro joven. Colocó la palma de su mano sobre su mejilla y lo miró a los ojos—el gesto tan reconfortante, transportándolos de vuelta a cuando tenían siete años y se acurrucaban en la misma cama muy juntos.

“Tú eres mi otra mitad, Changmin. ¿Cómo puedo siquiera pensar en traicionarte?”

Changmin cerró los ojos y situó su mano sobre la de Jaejoong. Sin embargo no hubo palabras tranquilizadoras o reconfortantes del erudito que pudieran acabar completamente con la oscuridad que oprimía el corazón de Changmin.

Y así la tensión creció, como una nube, sobre palacio—ensombreciendo sus entradas y colándose en las vidas de las tres almas sobre las que se había cernido.


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“Los asesores me hablaron de nuevo,” Sunmyeong murmuró siniestramente al momento que irrumpía en el pabellón de Jaejoong, apartando bruscamente las vaporosas cortinas de seda que protegían al hermoso joven del exterior y los elementos.

“Emperatriz,” Jaejoong hizo una leve reverencia mientras ella se dejaba caer sobre uno de los cojines que rodeaban su pequeña mesa de trabajo. No estaba bien visto que una mujer estuviera en compañía de un hombre que no fuera su marido; sin embargo y aunque Jaejoong había jurado celibato la emperatriz no era ajena a dichos encuentros—teniendo la reputación de alentar los avances de todos los oficiales.

“Diles que paren. Ellos me hablan casi todos los días” Sunmyeong dijo, el fuego grabado en sus palabras.

“¿Acerca de dar a luz un hijo?”

“Ellos creen que ahora que tengo dieciséis debería estarle dando herederos a Corea. ¿Qué tiene de malo no tenerlos todavía? Aún soy joven.” Sunmyeong escupió.

Jaejoong sabía que él debería pedirle a la mujer que se marche. Cada día a partir de entonces, se preguntaría que lo poseyó para no hacerlo. Todo habría sido mucho más simple si él hubiera escuchado lo que su mente y su corazón le habían instado a hacer.

“El deber de una emperatriz para con su país es proveer a la futura generación de gobernantes,” Jaejoong dijo tan amablemente como pudo.

“Bueno te diré que mi pecaminosa existencia sin hijos no es por falta de intentos.”

Jaejoong se ruborizó ante la implicación de las palabras. Habían pasado cuatro años desde el matrimonio y la sola idea de Changmin y su esposa en el ámbito privado seguía siendo un tema al que su mente le era incapaz de dejar desviarse sin consecuencias.

“¿Es el valor de una mujer solo medido por la cantidad de hijos que tiene?” Sunmyeong tanteó un poco más allá mientras se inclinaba para adelante por encima de la mesa de trabajo. “¿No hay nada más importante?”

“El orgullo de una mujer son sus hijos,” respondió el erudito.

“¿Por qué no puede su orgullo radicar en ella misma? Soy hermosa, ¿o no lo soy? ¿Eso no cuenta para nada?”

“La vanidad es un defecto, emperatriz,” Jaejoong advirtió, su voz rozando el límite de lo permitido.

“Respóndeme,” siseó Sunmyeong, acercándose con sigilo al otro hombre. El cuello de su traje se deslizó ligeramente a un lado, mostrando un poco de su pálido y reluciente hombro—la pronunciada elevación de su clavícula tirando de la sedosa piel recién mostrada.

A Jaejoong se le hizo difícil respirar. El viento agitó las vaporosas cortinas alrededor de ellos en un completo caos, los bordes batiendo y entrelazándose el uno con el otro.

“No comprendo lo que quiere de mí, emperatriz.” Logró soltar el erudito.

“Dime, Jaejoong. ¿No soy hermosa? ¿No puedo erigir mi fortuna y mi orgullo en base a mi apariencia? ¿No puedo escapar de esto? De los exigentes asesores ni el esposo sin corazón.” Ahora ella estaba incluso más cerca, su rostro a un solo suspiro que el del propio Jaejoong. Sus labios de rubí entreabiertos siempre tan ligeramente, sus profundos y oscuros ojos—negros como la tinta pura—atravesando los suyos.

“Emperatriz.”

“Veo la forma en la que nos ves fijamente a Changmin y a mí cuando piensas que no estoy mirando,” ella suspiró “La lujuria en tus ojos. No puedes ocultarla de mí.”

Jaejoong quería gritarle. Decirle lo equivocada que estaba. Qué tanto al pensar que su mirada había sido dirigida hacia ella.

“Tú eres la única persona en la que Changmin confía. Él escuchará lo que sea que tú le digas” Sunmyeong prosiguió, “algunos creen que el emperador es el que tiene el poder, pero este eres tú realmente, ¿no es así?”

“Yo solo quiero lo que Changmin quiere,” Jaejoong dijo, su respiración saliendo entrecortada.

“No. Tú haces pensar a Changmin que él quiere lo que tú haces. Tú puedes hacer que haga lo que quieras. Él únicamente es tu títere, Jaejoong. Juntos—tú y yo—nosotros podemos tener este país bajo nuestros pequeños dedos.”

La mujer alzó su mano a fin de acariciar la mejilla de Jaejoong. El erudito casi lloró. El reconfortante gesto le pertenecía a Changmin a él y solo a él, y este era más íntimo de lo que cualquier otra cosa más pudiera ser.

El momento pareció congelarse. Sunmyeong sentada a horcajadas sobre el escritorio de Jaejoong, su cabello suelto y el amplio cuello de su hanbok deslizándose por uno de sus hombros mientras ella acariciaba la mejilla del erudito, unos dedos recorriendo su piel tan suavemente—como las plumas de una paloma.

La escena fue únicamente rota por la entrada de Changmin, quien había venido al pabellón de Jaejoong con el fin de mostrarle a su hermano de compañía la espada nueva que había forjado para él—una hermosa pieza con la empuñadura en forma de dragón e incrustaciones de oro entramado en la hoja—el dragón y el sol.

Él pasó al área menor y vio la escena frente a él. Hubo un momento de conmoción antes de que una oscuridad como Jaejoong nunca antes había visto se extendiera por toda la figura del hombre.

“Jaejoong.”

El erudito saltó de su asiento, de pie en su lugar mientras escalofríos torturaban todo su cuerpo, la inclemencia en el odio de Changmin dando vueltas a su alrededor.

“Min, yo...”

“Tú me dijiste, Jaejoong. Tú me dijiste que no guardabas ningún sentimiento por ella. ¿Desde cuándo nos mentimos el uno al otro?” Changmin exhaló.

“No lo hice.”

“¿Cómo puedes mentirme, Jaejoong? ¿Ya no te preocupas por mí...por nosotros...ya no más? ¿Es nuestra relación así de pueril que puedes engañarme? ¿Qué hay de la fe entre amigos? ¿O es que eso tampoco te importa?”

Jaejoong se acercó resueltamente al hombre, ignorando por completo a la mujer que aún se encontraba sobre su mesa. “Me preocupo más por nosotros de lo que te puedes imaginar.” susurró, “y si queda algo de amor por mí como un hermano de compañía en ti, dejarás que te lleve a un lugar privado y así poder darte mis explicaciones.”


~~~***~~~


Jaejoong llevó a Changmin fuera de su pabellón y a la recámara de los niños, donde los dos muchachos habían pasado la mayor parte de sus vidas juntos. Aquí había sido donde ellos dos habían confiado el uno en el otro, donde juntos habían hecho su pacto, y donde su relación había sido concebida y formada. Si todo iba a desmoronarse, simplemente tenía sentido que sucediera allí.

“Sabes que daría cualquier cosa por ti, Kim Jaejoong,” Changmin dijo antes de que el erudito tuviera la oportunidad de hablar. “¡Si querías a Sunmyeong entonces todo lo que tenías que hacer era decírmelo! En lugar de eso, como una serpiente, te enroscas a mis espaldas y me muerdes en el talón."

"Yo no soy una serpiente. Ella sí," Jaejoong dijo con los ojos entrecerrados, "y por más alabanzas que haya proclamado en favor suyo todos estos años, eso nunca ocultó el hecho que crea que tiene el vil y vano corazón de una. El único error cometido aquí fue el tuyo al creer que yo podría entregarle mi corazón, el cual es tan similar al tuyo, a una mujer como ella."

"Entonces explícame la escena que acabo de ver en el pabellón"

"Ella vino a mí. Nada más" Jaejoong respondió, "su corazón ha sido empañado por la envidia y la amargura."

"Hasta donde tenía entendido, tú eras un hombre y ella solo una mujer. Sería fácil rechazarla, ¿o no?" Changmin masculló con sequedad.

“Ella es mi emperatriz,” dijo Jaejoong, “El respeto debe ser mostrado hacia ella.”

“¿Solo tu emperatriz o también tu amante?”

“Yo no la amo. Nunca podría amarla” Jaejoong siseó mientras se acercaba al otro joven. Tomó una de las manos de Changmin y la apretó contra su pecho. "Nosotros somos hermanos de compañía. ¿No puedes sentir mi corazón? ¿Es que acaso estás tan ciego a esto?"

Los ojos de Changmin se agrandaron. "Jaejoong..."

"¿Cómo puedo darle mi corazón a la serpiente cuando este ya le pertenece y está atado al corazón de otro?"

El joven Emperador cerró los ojos. "Hablas de cosas peligrosas, Jaejoong"

“Ya lo sabías,” Jaejoong susurró, enlazando sus dedos con la mano que estaba todavía colocada sobre su pecho. “¿Cómo puedes no saberlo cuando estamos ligados el uno al otro como lo estamos?”

“Nosotros somos hermanos de compañía,” Changmin dijo, abriendo los ojos. Las orbes marrones se encontraron con las de Jaejoong, suplicando por comprensión. “Yo soy un Emperador. Tú un erudito. Sabes mejor que yo lo que es aceptable.”

“Y tú sabes mejor que yo lo que siento. Tú lo sientes también. Yo sé que lo haces porque nuestros corazones están conectados. No estarías tan enojado conmigo de otro modo.”

“Jaejoong, no cruces una línea que no debe ser cruzada. Una vez allí, no podré traerte de vuelta.”

“No quiero ser traído de vuelta, Min,” dijo Jaejoong con absoluta determinación.

Changmin cerró los ojos una vez más. Le dio a la mano de Jaejoong un leve apretón antes de liberar sus dedos y apartar su mano de la del otro hombre.

“Entonces por favor márchate.”

“¿Min?”

“Estás destituido de palacio. Por favor márchate.”

Los ojos de Jaejoong se abrieron como platos. Él trató de alcanzar a Changmin de nuevo, pero dicho hombre ya se había apartado.

“Nosotros somos hermanos de compañía,” Jaejoong dijo finalmente. “No puedes simplemente echarme cuando sientas que te apetece. ¿No comprendes tus deberes?”

“Los comprendo perfectamente. Eres tú quien no lo hace.” Changmin siseó, “El deber entre hermanos de compañía es uno de mutua compresión y soporte. Nada más. Tú prometiste nunca traicionarme, nunca hacer nada que pudiera traer vergüenza sobre nosotros o sobre palacio, y sin embargo ¡estás haciendo precisamente eso!”

“¿Tú crees que lo que estoy diciendo justo ahora es vergonzoso?”

“Tus sentimientos son una vergüenza,” Changmin dijo entre dientes.

“¡Bueno entonces tus sentimientos también lo son desde que los compartimos!” Jaejoong lloró.

“Yo no comparto eso. Yo no soy el traidor aquí. Esto es sobre ti y te estoy ordenando, como tu emperador, que o bien cambies lo que sientes o te marches.”

Jaejoong se puso rígido. Las palabras lo afectaron profundamente, como si Changmin hubiera tomado su espada y la hubiera asestado limpiamente contra su pecho.

“¿En serio estás dándome la opción de irme? ¿De verdad quieres que me vaya?”

Changmin alzó la vista hacia el otro hombre. La pálida piel, el cabello negro azabache, los grandes ojos—todas aquellas características que componían a la única persona que había conocido realmente. Que había amado. Pero todo esto era demasiado peligroso.

No. Nunca te vayas “Sí, Kim Jaejoong.”

Jaejoong asintió con la cabeza. “Entonces me iré.”

El joven se movió con rigidez, empacando unas cuantas de sus túnicas y cerrando con llave su arcón el cual contenía todos sus pinceles, pergaminos, y antiguas obras. Él no podía imaginar la vida sin el palacio, sin Changmin, no obstante era más doloroso imaginar una vida donde él tendría que negar justo en lo que más creía y atesoraba más que cualquier otra cosa. Si su amor no podía existir dentro de los muros de palacio, entonces él tendría que hacer lo que fuera para mantenerlo con vida. Como un erudito, él nunca tomaría una mujer por esposa o tendría un hijo por el cual velar. Este amor que él sentía era como su niño—algo tan querido por él que necesitaba protegerlo.

“Solo cambia lo que sientes, Jae. Retira lo dicho, no es demasiado tarde.”

La suave voz de Changmin hizo eco por toda la habitación. Jaejoong mantuvo los ojos fijos en su arcón.

“Retira lo dicho. Ambos nosotros podemos pretender que tú nunca dijiste nada. Por favor. Retira lo dicho.”

Jaejoong tragó saliva. “No importa cuanto lo niegue, el sol siempre brillará sobre el dragón. Con el pasar del tiempo me he convertido en una persona la cual era digna de sentir amor hacia ti. Tú estás destituyéndome de palacio—llevándote mi vida. No me quites esto también.”

Metió sus ropas en un saco y cogió su arcón. Era triste, en verdad, pensó. Su vida entera podía ser empacada en esas dos pequeñas maletas. Él le había entregado su vida a Changmin, y sin el otro hombre en esta, se había quedado con casi nada.

El joven emperador se acercó a él. “Te dí la opción de cambiar tus sentimientos. No nos hagas esto.”

Jaejoong negó con la cabeza y una triste sonrisa. “Mi Min. Estoy haciendo esto por nosotros. ¿No lo ves?”

Los ojos de Changmin brillaron. “¿Cómo?”

“Lo que sentimos es algo hermoso, Changmin.” Jaejoong dijo, “Mi tutor me dijo que no hay nada más puro y más preciado en este mundo que el amor. Si cambiara mis sentimientos, ambos estaríamos negando lo que es verdadero. De esta forma...uno de nosotros es honesto y este amor puede continuar.”

“Tú no sabes lo que yo siento,” el emperador dijo. “Tú no sabes de lo que hablas. No puedes saberlo.”

“¿Cómo puedo no saberlo, Min?” él levantó una mano para acariciar la mejilla del joven pero se detuvo justo a tiempo. “Este amor es lo más preciado que yo tengo. ¿Cómo puedo no saberlo todo sobre él?”

Con esto, Jaejoong se dio la vuelta para salir de la habitación.

A Changmin se le erizaron todos los vellos del cuerpo. Él había sido el único en ordenarle a Jaejoong que se fuera, pero sabía que nunca sería capaz de verlo partir. Nunca sería capaz de vivir sin el otro hombre. Él quería, necesitaba que, Jaejoong lo viera de la forma que él lo hacía. Necesitaba mostrarle al otro hombre cuán peligroso era esto a lo que se aferraba. ¿Y qué pasa si alguno de los oficiales lo descubría? ¿Y qué tal si se corría la voz? Ellos serían humillados y asesinados. ¿Por qué Jaejoong no podía ver esto?

“Jaejoong. Te marchas de aquí y no hay vuelta atrás. Nunca serás bienvenido dentro de las puertas de palacio otra vez.”

Jaejoong se volvió y detuvo al hombre con una triste sonrisa. “Entonces que así sea. Cuidese, Emperador. Que la paz recaiga sobre este palacio una vez más con mi ausencia”

Y así Changmin observó, inmóvil en su sitio, como la única persona que había conocido realmente salía de su vida.


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Capítulo Cinco: Locuras Separadas

Jaejoong se sentó en el palanquín que había ordenado él mismo. A los transportistas les había dado la frívola excusa de que deseaba visitar su tierra natal. No había manera en la que él estuviera anunciando que dejaba palacio.

Después de todo, quien lo destituyó fue el propio Changmin así que seria él quien tendría que informar al resto de palacio del por qué el Erudito Sol no estaba mas con ellos.

“Me pregunto si les dirá que morí,” Jaejoong susurró, amargamente. Trató de prohibirse concebir airados pensamientos acerca de su hermano de compañía, únicamente para darse cuenta de que esto no importaba más. Changmin había cortado sus lazos. No estaba más atado al emperador, a palacio, al decoro formal y a las reglas de un erudito.

A lo largo de toda su vida había estado sacrificándose a sí mismo—casi una estatua como una entidad que recitaba bonitas frases y guiaba cuidadosamente a Changmin en la dirección correcta sin mostrar emociones de más. Pero ahora el cuidadoso, gentil y paciente Jaejoong ya no tenía por qué existir. Estaba solo y por su cuenta. Podía ser quien sea que él quisiera.

En una muestra de desafío, Jaejoong de una patada se quitó los zapatos—de brillante seda roja bordada con dorados dragones—y los arrojó contra la pared del palanquín frente a él. Entonces pateó la pared él mismo, una y otra vez. Sabía que los transportistas no pedirían explicaciones por su parte. Estaban demasiado bien entrenados para eso.

El personal de Changmin era entrenado el mejor.

“Lo odio,” Jaejoong dijo. Y luego lo gritó. Por primera vez desde que era un bebé, él lloró a gritos—a lo máximo que daban sus pulmones, con los sentimientos que había estado suprimiendo por años. “¡Lo odio! ¡Lo odio! ¡¡Quiero odiarlo tanto tanto!!”

“Él me hace sentir de la forma en que lo hago y luego me destituye. ¡Él es el traidor! ¡Él es quien rompió nuestros lazos! ¡Le di mi vida entera y él me echa por eso! ¡Yo lo odio!”

Jaejoong se deshizo en una rabieta dentro de la pequeña caja de madera—una expresión de emociones por años reprimida. Lanzó patadas y puñetazos e insensatamente habló y gritó.

Y entonces cuando todo hubo terminado, hundió el rostro entre sus manos y lloró el resto del camino a su pueblo natal.


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Kim Seo Yun había pasado por muchas dificultades a lo largo de su vida. Había sepultado a sus dos hijas, a su hijo, y a su marido, todos abatidos por la ponzoña de verano—la tifoidea. Ésta había avanzado imperceptiblemente por toda la casa Kim como el fuego, lamiendo a sus miembros con su lengua febril.

Una calurosa estación la había dejado viuda y sin descendencia. Pasó de ser una dama de clase alta y pocas preocupaciones a una mujer que no tenía ni marido ni hijos. Una mujer de quien la gente apartaría la mirada mientras pasaba frente a ella, temerosa de atraer su mala suerte.

Kim Seo Yun había pasado por muchas adversidades, sin embargo ninguna de ellas fue tan dolorosa como aquel día dieciséis años atrás cuando le entregó su primogénito al casamentero real Kang Shyu Bin.

No era como si Jaejoong hubiera muerto ese día. Seo Yun había visto por ella misma al muchacho—el cual había crecido hermosamente—de pie junto al príncipe durante el funeral del Emperador y luego más tarde, mientras estaba parado en el lugar de honor en la marcha nupcial del nuevo Emperador. Y por supuesto ella, como todos los ciudadanos coreanos, había escuchado sobre la majestad del Erudito Sol.

La había llenado de orgullo el saber que su hijo había crecido para convertirse en ese gran hombre. Y por supuesto la familia Kim se había beneficiado de su acuerdo con la familia imperial; las riquezas que el acuerdo les trajo eran lo único que mantenía a la mujer con vida. Sin embargo ninguna de estas borró realmente el dolor de enviar lejos a su precioso niño de cuatro años para ser criado por otros.

Por eso, el fresco día de otoño en que el palanquín real se detuvo frente a su casa y el mismo niño que había sido arrancado de su vida salió de este, Seo Yun sintió la vida volver a ella por primera vez.

El muchacho parado tímidamente en el patio de la casa, ataviado con finas sedas teñía el brillante azul del cielo de verano. “He vuelto, madre.”

La mujer solo se quedó en su sitio, conmocionada. “Hijo mío.”

“Le dije al Emperador Dragón que quería pasar el resto de mi vida con mis padres en el cumplimiento de mis deberes filiales. Me dejó ir a petición mía. Se lo debo a usted y a padre por haber estado ausente durante tanto tiempo.”

Había tantas cosas que Seo Yun quería decirle al joven ante ella. Quería decirle que había hecho suficiente, que no le debía nada. También quería preguntarle la verdadera razón por la que había dejado palacio. La melancolía en el tono que usaba y la triste naturaleza en la cual pronunció el nombre del Emperador hablaban de mucho pesar.

No obstante, este era el muchacho que había echado de menos tan desesperadamente por los pasados dieciséis años y por quien todavía lloraba en tantas noches frías.

Así que en lugar de eso tan solo sonrió ampliamente y dijo “Bienvenido de vuelta a casa, Jaejoong-ah”


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El palacio se había sumido en el caos. El cambio había sido gradual, y aún así se volvía mas pronunciado conforme las estaciones empezaban a cambiar. Había comenzado con el Emperador faltando a reuniones con sus asesores y había empeorado con el hombre desapareciendo por días enteros y sin informar a nadie del personal de palacio de a donde estaba yendo.

Sin embargo, conforme el otoño daba paso al invierno y el invierno a la primavera, el palacio sabía que algún mal grave ensombrecía al Emperador Dragón. El hombre había pasado de ser un líder bueno y gentil a ser casi un personaje transtornado. Era visto solo en raras ocasiones, y aquellas veces estaba o gritando al personal o blandiendo la espada que había forjado casi un año atrás—el diseño del dragón y el sol que el hombre había mantenido a su lado todo este tiempo.

El preocupado personal no tenía ni idea de qué hacer a fin de aliviar las dolencias de su Emperador. Los herbologistas quemaban incienso y mezclaban diversas especias en la comida de Changmin a fin de contrarrestar su temple. Los sirvientes se aseguraban de tomar un cuidado adicional en sus habitaciones y los asesores únicamente pasaban al Emperador los informes positivos del estado del reino—las grandes cosechas y la buena salud del pueblo.

No obstante la única persona que siempre había sido capaz de controlar al emperador, el Erudito Sol, parecía haber desaparecido de la noche a la mañana. El personal se susurraba el uno al otro que quizás este había muerto y el emperador estaba de duelo. Pero ellos sabían que eso no podía ser cierto. No existían ritos fúnebres apropiados que fueran retrasados.

Fue Kang Shyu Bin, el viejo casamentero, el primero en aproximarse a Changmin personalmente. El hombre había envejecido garbosamente y a pesar de estar bien entrado a los setenta para esa época, seguía estando tan sano y alerta como siempre. Él conocía a Changmin desde su nacimiento y tras la muerte del último emperador se había interesado en cuidar del muchacho con ojos casi paternales. Ver a una persona por la que se preocupaba tan profundamente al borde de la locura era algo simplemente inaceptable.

Acorraló al joven emperador en sus habitaciones un día. Changmin simplemente había estado sentado sobre su cama fijando la vista en una pintura que colgaba sobre esta—una de un dragón volando a través de los rayos del sol.

“Esa pintura es demasiado masculina,” Shyu Bin lo dijo como una declaración abierta. “No la recomendaría para esta habitación. ¿Cómo se supone que la emperatriz salga encinta con una presencia tan masculina en la habitación? Debería reemplazarla por la imagen de un conejo o un fénix.”

Changmin no dio indicación de haber oído al hombre, en lugar de eso se limitó a contemplar la pintura con los ojos en blanco.

“Envié a la Emperatriz de regreso a su tierra natal. Hay un gran sanador hacia el norte que podría ser capaz de darle las medicinas que ella necesite a fin de concebir. Una vez termine su tratamiento con él enviaré por ella de vuelta.”

“Está bien,” Changmin dijo finalmente, a pesar de que aún no llevaba sus ojos a encontrarse con los de Shyu Bin. “Está bien si no regresa nunca más.”

“Con seguridad no. Un Emperador necesita a su Emperatriz”

Changmin soltó un bufido. “Yo no necesito a nadie. Estoy bien por mi cuenta.”

Había tanta amargura y dolor en esa declaración que Shyu Bin estaba seguro de que incluso la persona más ida en el reino habría sido capaz de darse cuenta. Sus dedos se cerraron sobre el borde de su túnica. Era hora de llegar al meollo del asunto.

“El palacio ha estado preocupado por usted, Emperador,” Shyu Bin dijo amablemente. “Piensan que podría estar enfermo.”

“Piensan que estoy loco.” Changmin masculló.

“¿Lo está?”

El muchacho se rió, sus dedos bailando sobre la empuñadura de su espada. “La locura es un mal del cerebro y el corazón. Uno debe poseer ambos para sufrirla.”

Shyu Bin frunció el entrecejo. “¿Usted no los posee?”

“Tengo la mitad,” Changmin masculló. “La mitad de un cerebro, la mitad de un corazón, la mitad de un cuerpo...” Sus ojos volvieron a la pintura.

El casamentero observó la pintura una vez más, reconociendo las delicadas pinceladas. Sabía que todo esto se reducía básicamente a la misteriosa desaparición de Kim Jaejoong. Solo que no sabía cuanto sería capaz de presionar.

“La otra mitad que le falta no se habría marchado sin ninguna provocación, Emperador.” Shyu Bin dijo en un tono cuidadoso.

Hubo un largo momento de silencio antes de que el joven emperador hablara. “Yo lo expulsé.”

“Por una razón, estoy seguro.”

“¿Eso importa?” Changmin exigió. “Él era mi...él era mío. Él era mío y yo lo expulsé después de prometer mantenerlo a mi lado para siempre.”

“Emperador...”

“Todo lo que hizo fue por nosotros. No podía desposarse. No podía tener hijos. No podía volver a su tierra natal y hacer su piedad filial. Todo lo había sacrificado por mí y al final le di la espalda porque no fui capaz de aceptarlo. ¿Sabes cuánto me persigue eso? Cada día me imagino a mí mismo en esa posición y me pregunto cómo fue capaz de soportarlo.”

“Él se preocupaba por ti.” Shyu Bin dijo enfáticamente. Changmin soltó una risa amarga.

“Eso fue para lo único que vivió. Y yo traté de arrebatar eso de él también. Jaejoong él...no fui capaz de aceptarlo entonces. ¡Era tan peligroso! No podía...”

El casamentero calló al muchacho con un movimiento de su brazo. Observó el rostro afligido del joven y suspiró.

“Cuando me encontraba en mis días de juventud, el Emperador y la Emperatriz me pidieron que encontrara un compañero para su único hijo. Ellos querían alguien que permaneciera al lado del joven príncipe y ayudara a guiarlo. Había muchas buenas familias en Corea y muchos niños entre los que podía escoger. Sin embargo había un niño...un pequeño niño de cuatro años de edad con piel de porcelana y ojos que resplandecían como los de un ciervo. Leí su fortuna. Observé sus signos solares, sus signos lunares, su carta astral. Todo coincidía con el príncipe tan perfectamente. Nunca antes había visto unión tan fuerte. Sabía que esos dos muchachos estaban destinados a estar juntos y a cuidar el uno del otro de maneras que nadie sería capaz de comprender...o desear comprender.”

Changmin alzó la vista hacia el hombre, su semblante hundiéndose aún más.

“Luché conmigo mismo,” Shyu Bin continuó, “preguntándome si debía juntar a estos dos niños. Tal vez sería demasiado peligroso. Pero ¿cómo podía vivir conmigo mismo si mantenía separados a quienes fueron hechos el uno para el otro? Confié en que para el tiempo en que los muchachos se dieran cuenta de que eran el uno para el otro tendrían la fortaleza para mantenerse a salvo.”

Era obvio de lo que Shyu Bin estaba hablando, pero Changmin no quería comprenderlo. No quería que nadie más viera lo débil que había sido. “Pero yo...el palacio...tú sabes lo que pasa. Seríamos asesinados...yo...”

“Los sentimientos son privados, emperador. Pero comprendo que le preocupe su vida.”

Changmin se echó a reír. “¿Mi vida? ¿Crees que era por mi vida que estaba preocupado? Mi vida se acabó en el preciso instante en que me enamoré.”

“Y la vida de Jaejoong se terminó al momento en que usted lo negó.” Shyu Bin replicó.

Changmin bajó la mirada, con los dedos bailando por encima del filo de su espada, deleitándose al sentir la aguda punta.

Quizás era cierto. Quizás ellos simplemente eran hombres muertos caminando sobre esta tierra. Pero ni palabras ni pensamientos harían alguna diferencia. Jaejoong se había marchado y nunca volvería.


~~~****~~~

Jaejoong no recordaba la vida fuera de palacio y el nuevo mundo en el cual se encontraba le era tan extraño como si hubiera decidido ascender de los cielos para vivir allí.

Había campos interminables para que él explore. Podía caminar todo el día y no encontrar ningún muro levantado en su camino. Podía visitar el mercado y ver los diferentes productos. Pescado que él nunca antes había visto y especias apiladas a montones. Los alimentos para el muchacho habían llegado siempre preparados y eran entregados directamente a sus habitaciones. Nunca antes había visto de dónde provenían.

Para un poeta y un artista no había nada más romántico que esto.

Sin embargo, justo como decía el antiguo refrán, con lo bueno siempre llega lo malo. Y fuera de los muros de palacio Jaejoong observó la pobreza por primera vez. Él había escrito poemas y relatos acerca del esforzado agricultor que se sacrificaba por su país, pero la primera vez que vio a un mendigo—vestido en sucios harapos y tan flaco que su piel únicamente colgaba de sus huesos como el musgo en un árbol de sauce—fue un golpe para él. Vio cómo la gente únicamente caminaba por un costado del hombre, ignorando sus sufrimientos o incluso mofándose de él por causa de esto. Del mismo modo en que ellos se burlaban de su madre, la viuda, o del hombre desfigurado que vivía una calle más abajo.

La oscuridad del corazón humano, Jaejoong aprendió, no tenía límites. Especialmente a las cosas que eran diferentes de lo que ellos esperaban. Por primera vez fue capaz de ver el miedo que había poseído a Changmin cuando se le confesó. El joven emperador había cruzado los muros de palacio antes que él. Conocía la maldad que existía en el mundo.

“¿Tan solo intentabas protegernos, Changmin?”

Jaejoong estaba sentado en su antigua habitación. Su arcón se encontraba totalmente abierto y la pintura que había hecho la noche de bodas de Changmin estaba extendida frente a él. Gentilmente rozó la oscura elevación de la espalda del emperador, sus mejillas acalorándose de a poco al recordar la pasión con la cual había pintado la imagen.

Se había prometido a sí mismo nunca ver la pintura de nuevo y aún así noche tras noche, después de que su madre estuviera con seguridad dormida en su propio cuarto, el joven erudito sacaría el pergamino y lo contemplaría por horas.

Habitaba un sentimiento de añoranza dentro de él del que sabía nunca se iba a liberar. A menudo se preguntaba si Changmin aún pensaba en él. Si estaba mirando la luna por la ventana justo ahora e imaginando su luz cayendo sobre esta enorme casa en el pueblo de Jaejoong.

Extrañaba tanto a su hermano de compañía. Lentamente eso estaba comiéndolo por dentro. Y aún a pesar de que ponía un rostro afable para su madre o ayudaba a sus vecinos con gracia y humildad, no cambiaba el hecho de que poco a poco estaba muriendo. Solo tenía veinte años y aún así ya sentía como si tuviera los días contados.

“Si estabas tratando de salvarme, Changmin-ah, entonces deberías haber sabido que no hay vida para mí sin ti. He visto suficiente de este mundo y no quiero ver mas”


~~~***~~~

El emperador se tambaleaba por todos los salones de palacio. Su espada pendía holgadamente de su cintura y su cabello había escapado del ajustado lazo con que los sirvientes lo habían atado esa mañana, cayendo sobre su rostro en un terrible desorden.

No había una gota de alcohol en su cuerpo, y aún así sus movimientos eran torpes y a menudo caía. Su mente había dejado su cuerpo, así parecía. Había sido solo cuestión de tiempo. El personal de palacio había visto al Emperador debilitarse completamente en los últimos meses y no importaba qué remedios deslizaran en su comida o quemaran junto a su cama en medio de su sueño, nada parecía hacer efecto.

Todos se habían susurrado el uno al otro, preguntándose si este sería el final. De seguro no podría vivir en ese estado por mucho más tiempo. Pero si él moría, ¿que pasaría con Corea? El emperador no tenía hijos o parientes vivos que fueran capaces de ocupar el trono.

Changmin se dejó caer en la recámara de los niños, donde había estado durmiendo por el pasado mes. Se había negado a dejar que los sirvientes cambiaran siquiera alguna de las sábanas después de que Jaejoong se hubo marchado y el suave y fresco aroma de su hermano de compañía aún permanecía en las sedosas ropas de cama color rojo—las pacíficas carpas y grullas que habían sido bordadas en hilo dorado parecían burlarse del joven emperador.

“Hoy los asesores me dijeron que me controlara, Jae,” dijo Changmin, cayendo al suelo junto a la cama. Su espada haciendo un distintivo tintineo contra el duro piso.

“Me dijeron que como no tengo hijos, si muero, Corea estaría acabada. Dijeron que lo que sea que estaba perturbándome no podía ser más importante que el país.”

El muchacho comenzó a reír histéricamente, rodando por el piso, los ojos muy abiertos y con un brillo salvaje. “Tu dirías que lo mismo habría de pasar, ya sabes. Recitando sin descanso todas esas estupideces de 'el emperador es un pilar para su pueblo' que mi padre te había metido en la cabeza. Me dirías que no eres tan importante como Corea.”

Dejó de rodar, recostado aún en el suelo. Sus ojos apuntaban a la espada que se había desprendido de su cinturón y estaba tendida a unos cuantos centímetros de él. La hoja destellaba con la luz pasando a través de las ventanas. Era tan tentadora.

“¿Cómo puedo seguir así, Jae? ¿Cómo puedo preocuparme por algo más? cuando he apartado lo único que en realidad me importa. ¿Sientes lo mismo? ¿Te sientes tan muerto como yo?”

La hoja de la espada seguía brillando a la luz.

“Tal vez si yo muriera, entonces este amor moriría también y tú podrías ser libre para vivir de nuevo. Si eso es lo que toma mantenerte con vida...”


~~~***~~~

Jaejoong se encontraba de pie junto al pozo en el patio. No muchos hogares en la villa eran lo suficientemente solventes para tener su propio pozo, pero los Kim siempre habían sido una familia privilegiada y la posición de Jaejoong en palacio les había proporcionado aún más riqueza.

Normalmente uno de los sirvientes llevaría el agua para la familia cada mañana. Ésta sería hervida para preparar el desayuno y para que Jaejoong y su madre tomaran sus baños matinales. Sin embargo, ese día Jaejoong había insistido en llevar el agua diaria por sí mismo.

Vio hacia abajo en las profundidades del pozo, sus dedos aferrados con fuerza a los muros de este. Sería tan fácil. Solo necesitaba inclinarse unos centímetros más. Solo necesitaba levantar un poco los pies, perder el equilibrio. Solo un momento y todo habría terminado. El agua fresca se llevaría todos sus pecados y el haría puro a Changmin de nuevo.

Inhalando el último, profundo aliento, Jaejoong se inclinó hacia delante, balanceándose sobre las puntas de sus dedos. Cerró los ojos....

“Sabes, si haces lo que estás pensando hacer, contaminarás el agua de tu madre.”

Los ojos de Jaejoong se abrieron de golpe y él vio a Kang Shyu Bin de pie junto a las puertas de su casa.

“¿Qué clase de hijo filial serías si arruinaras la fuente de vida de tu madre con tu muerte?”

El joven inmediatamente se apartó del pozo, sus ojos no abandonando al hombre mayor. ¿Qué estaba haciendo él aquí? Con seguridad Changmin habría prohibido a cualquiera del personal de palacio contactarlo de nuevo. “Yo...yo no estaba tratando de morir.”

“Ayudé a criarte, Kim Jaejoong. Te conozco mejor que eso.” Shyu Bin dijo de mal humor. Se preguntaba cómo era posible para este muchacho el ser tan parecido a Changmin. Ambos los dos eran tan, tan estúpidos.

Kim Seo Yun salió de su casa y vio a Kang Shyu Bin de pie, su hijo mirando fijamente al hombre con los ojos muy abiertos. Y entonces justo en ese momento ella estuvo segura de que, una vez más, el casamentero se llevaría a su hijo lejos de ella.

“¿Qué...qué está haciendo aquí maestro Kang?” Jaejoong preguntó. Tirando de su túnica con nerviosismo.

“Estoy aquí para llevarte de regreso a palacio.”

Los ojos de Jaejoong se abrieron desmesuradamente. “¿Changmin me llamó de regreso?”

El casamentero negó con la cabeza. “El emperador está demasiado cegado para pensar en eso. Él cree que tú nunca volverás. Pero yo te conozco mejor, Jaejoong. Tú siempre fuiste el más fuerte; es por eso que te escogí para él. Volverás y lo salvarás.”

“¿Salvarlo? ¿De qué?”

“De hacer lo mismo que estabas a punto de hacer,” Shyu Bin resopló.

Jaejoong miró al hombre, negando con la cabeza vigorosamente. “No. El no lo haría. Min no lo haría. Él no tiene un hijo todavía. Él tiene que pensar en Corea. Hay...hay tantas cosas por las que él viva...”

“Tú niño estúpido,” Shyu Bin siseó. “Si crees que tu vida está acabada sin él, ¿no crees que él pudiera sentirse igual? Él puede ser un emperador, pero es tu hermano de compañía por encima de todo eso.”

Jaejoong oyó sinceridad en las palabras del hombre y eso lo asustó hasta la médula. “No puedo dejar que eso suceda. No me importa si muero, pero no puedo dejar que Changmin haga lo mismo. Él tiene que vivir.”

Shyu Bin negó con la cabeza. “Ambos ustedes dos...como dos patos mandarines, ahogándose en su propia estupidez. El que los juntó a los dos contra su propio mejor juicio fui yo y les juro por los dioses que no los veré terminar así. Vamos, Jaejoong. Volvamos a palacio.”

Jaejoong se volvió solo para encontrar a su madre esperando en la entrada. La mujer comprendió la mirada de su hijo y sonrió con tristeza.

“Cuando tenías cuatro años y te entregué al Maestro Kang sabía que tu vida estaría por siempre atada al emperador. Pude haberte traído al mundo, pero tú creciste con él. Tu deber hacia él es más grande que tu deber conmigo.”

Jaejoong sonrió y se acercó a la mujer, tomando sus manos entre las suyas.

“Tú me compraste esta casa, Jaejoong. Tú eres la única razón de que aún esté viviendo la vida que llevo. Tú volviste y me hiciste compañía por un año hasta ahora. No podría pedir por un hijo más filial. Pero no puedo soportar el ver tus falsas sonrisas todos los días. Quiero un hijo que brille tan vivamente como el sol de verano. Ve con tu emperador, Jaejoong. Si él está en el mismo estado que tú, entonces esto solo puede ir bien.”

Kang Shyu Bin observó la escena frente a él y sonrió a pesar de la frustración que sentía en su corazón. Después de setenta y cinco años sobre esta tierra, después de haber encaminado incontables matrimonios y uniones, el hombre no podía recordar un solo momento en el que sintiera que estaba haciendo más bien al reino que ahora.


~~~***~~~

Capítulo Seis: Del Dolor Parten Nuevos Comienzos

Jaejoong corrió por entre los salones de palacio. Al momento en que el palanquín se había detenido frente a la residencia familiar, el joven erudito había marchado a toda velocidad. Cada segundo que pasaba podía traer cientos de posibilidades, ninguna de las cuales era positiva.

No necesitaba preguntar donde estaba Changmin. Ya lo sabía. Había un solo lugar en el que quisiera estar en ese momento y, como su hermano de compañía, sabia que Changmin estaba pensando lo mismo.

Pasando al aturdido personal el muchacho ingresó al ala de los niños, tropezando con el embaldosado desigual y provocando que las cortinas del vestíbulo se agitaran conforme él aceleraba el paso. Estar de vuelta en su hogar lo revitalizaba y supo entonces que nunca sería capaz de irse otra vez.

Al abrir violentamente la puerta de la habitación, Jaejoong se encontró a sí mismo contemplando a Changmin, su hermano de compañía, la persona que él amaba mas profunda y completamente en el mundo, tendido inmóvil en un charco de su propia sangre. La hoja del dragón y el sol que él tanto había atesorado atravesándole el estómago.

El erudito quedó estupefacto, no siendo capaz de comprender lo que estaba sucediendo frente a él. Este no podía ser Changmin. El hermoso color rojo fluyendo por entre los azulejos, dibujando intrincados y brillantes diseños que contrastaban con el deslustrado servicio no podía provenir del cuerpo de ese hombre postrado boca abajo.

El Changmin que él conocía era un tierno e impertinente muchacho con el mundo entero por vivir. Y esta habitación era su santuario—siempre seguro y acogedor.

Solo tomó unos cuantos segundos antes de que Jaejoong recobrara los sentidos y el pánico llenara todo su cuerpo. “¡Llamen a un sanador!” gritó.

Podía escuchar los agitados pasos de los sirvientes afuera, algunos de los cuales se apresuraban para llegar a donde los sanadores, otros simplemente corriendo por todos lados sin idea de qué hacer. Jaejoong se precipitó también, hacia la figura de Changmin que yacía tan quieta y pacíficamente en el suelo.

“Por favor no dejes que sea demasiado tarde.” Murmuró para sí. Se arrodilló junto al cuerpo del muchacho, acercando las yemas de sus dedos para trazar dos símbolos inclinado sobre el piso empapado de sangre. Uno era el símbolo de la vida y el otro uno utilizado para ahuyentar los espíritus de la muerte de una persona. La sangre aún estaba fresca y Jaejoong estaba agradecido por eso. Si las heridas eran recientes sería más fácil salvar al muchacho.

“Min. Changmin...Estoy aquí.”

Changmin se revolvió en el piso. Sus ojos se abrieron poco a poco y él los llevó al sitio que había creído nunca ver ocupado otra vez.

“¿Qué te hiciste, Min?”

El emperador abrió la boca. Soltó un gruñido “¿Me creerías si te dijera que fue por ti?”

Jaejoong sintió a su cuerpo estremecerse. Sus ojos se humedecieron, pero sabía que no debía llorar ahora. Changmin no querría ver sus lágrimas. “Sí.”

“No quería apartarte de mí, Jae. Solo quería liberarte.” El muchacho dijo entre pesados suspiros.

“Solo es libertad si vamos juntos.”

Changmin negó con la cabeza y gran dificultad. “No se te permite seguirme...aquí...”

Jaejoong le sonrió. “No podrás deshacerte de mí otra vez, Min. Te seguiré a donde quiera que vayas. Si quieres mantenerme con vida entonces debes luchar para mantenerte con vida también.”

“Jae...”

“Nosotros somos hermanos de compañía no importa qué, Min. Prometo que te seguiré. El sol no puede estar sin el dragón. El gentil Buey no puede estar sin el testarudo. El...”

“Te amo”

Las palabras de Changmin eran suaves pero hablaban de cosas profundas en el pequeño espacio entre ellas. Jaejoong rió para sí y extendió su mano, acunando el rostro de Changmin de manera que instantáneamente pudiera traerles consuelo a los dos de ellos. Dejó caer su frente y la apoyó en la del otro muchacho.

“También te amo, Min. También te amo.”


~~~***~~~

El funeral del Emperador Dragón fue uno magnífico.

Hubo una procesión de un centenar de caballos, el más majestuoso de los cuales transportaba un fino ataúd de madera dentro del cual los restos del hombre habían sido depositados. Una multitud compuesta por la familia y los asesores más cercanos al emperador seguían a los caballos. Todos ellos estaban vestidos de blanco y andaban solemnemente por las calles.

A la cabeza de la muchedumbre se encontraba el hombre que había estado junto al emperador durante toda su vida, el Erudito Sol.

La procesión se detuvo ante el espléndido templo de palacio. El ataúd fue colocado ante el santuario y Jaejoong se paró junto a este, tomando la posición más importante ubicada exactamente a la derecha.

“Lamento su pérdida” dijo el adivino de palacio mientras se inclinaba ante Jaejoong.

“Vivió una vida plena” el erudito replicó. Examinó por encima del ataúd y le dedicó una sonrisa. Recordó la vez, años atrás, cuando Changmin había tratado de suicidarse. Recordaba estar parado frente a ese mismo altar por semanas, rogando porque su hermano de compañía lograra pasar por esto sin ningún daño.

Había tomado las oraciones de toda una nación y el tierno cuidado de Jaejoong, pero el Emperador Dragón lo había logrado.

“No era mi momento,” Changmin había dicho simplemente a Jaejoong cuando se halló recuperado.

Y ahora, cuarenta años y cuatro hijos después Changmin había decidido que su hora finalmente había llegado. Había ido a dormir una noche, abrazando a Jaejoong muy de cerca, y no había despertado a la mañana siguiente. A los sesenta años de edad, era de esperar que esto sucediera y Jaejoong no sintió pena por ello.

Él tenía cincuenta y seis años con Changmin. Aparte del año en que se hubieron separado, los dos hombres habían estado pegados el uno al otro todo el tiempo. Habían sido hermanos, amantes, mejores amigos, y lo más profundos compañeros. Habían vivido una vida que Jaejoong sabía era más plena y rica que ninguna otra. Era raro para un ciudadano en Corea encontrar tan profundo amor, y haber vivido toda una vida con tales sentimientos era más de lo que el erudito pudiera haber pedido.

Jaejoong se volvió a su costado, contemplando al hijo mayor de Changmin, Mu Ryul. Un año después de que Changmin se hubo recuperado, Jaejoong instó al hombre a que fuera a la cama con su mujer de nuevo. Corea necesitaba herederos y el amor entre los dos hombres no podía ser roto por algo tan simple como Changmin cumpliendo sus deberes.

La persistencia de Jaejoong había dado frutos, en la forma de cuatro hijos por los siguientes veinte años. Mu Ryul, como el mayor, siempre había mantenido un lugar especial en el palacio. El muchacho había madurado para ser muy atractivo—una maravillosa mezcla de la fuerza de Changmin y la orgullosa belleza de Sunmyeong.

“Podrías tomar mi lugar si quisieras,” Jaejoong le susurró al muchacho mientras él seguía de pie junto al ataúd “Como primogénito, este te corresponde por derecho.”

Mu Ryul negó con la cabeza. Él, como todos sus hermanos, le había tomado cariño a su tío Jaejoong. Había sido tutor de todos ellos y el único capaz de calmar a su padre cuando sea que sus ánimos se alzaban. Cuando su madre murió cerca de veinte años atrás, había sido Jaejoong quien asumió el rol de asegurarse de que los niños fueran criados apropiadamente.

“Fuiste el compañero más cercano a mi padre y lo serviste bien. Después de pasar tu vida siendo su compañero y cumpliendo el rol de erudito célibe, mereces estar a su lado.”

Jaejoong sonrió. La parte del celibato era completamente falsa—fue solo ayer que Changmin y él habían calentado la cama con su sudor—sin embargo él había sido el compañero constante del hombre y a pesar de que sabía que el lugar en el que estaba parado legítimamente le pertenecía al muchacho a su lado, Jaejoong estaba contento de ser capaz de pararse al lado de Changmin en su muerte.

Después de que los ritos fúnebres fueran completados, Jaejoong se disculpó. Volvió a la habitación de los niños. Los hijos de Changmin ahora dormían allí, pero la habitación apenas y había cambiado. Al anciano erudito aún le producía una sensación de comodidad y él aún contemplaba con cariño la cama, la ventana con celosía, y el ligeramente irregular suelo embaldosado.

Avanzando, se abrió paso a los cuartos que Changmin había construido para él. El emperador había estado encantado de dormir allí con él, dejando la imponente ala real para su esposa. Las paredes del cuarto estaban cubiertos de pinturas que Jaejoong hacía bien tarde por la noche mientras Changmin se apoyaba en su hombro, susurrando palabras sin sentido a sus oídos.

El erudito abrió el vestidor, cambiando su blanca túnica de luto por una de un verde intenso. Changmin siempre le había dicho que el color lucía exquisito en el.

Buscó en su viejo arcón y sacó su tinta, pinceles, y pergamino. Dando una última mirada a la habitación, paseó por el estanque que había amado siempre. Las carpas y las grullas aún estaban allí y se quedaban quietas mientras tendía el rollo de pergamino ante él.

Tomando la piedra, molió la tinta, mezclándola con un poco de tinta extraída de un pez globo. La sustancia era un veneno mortal, pero le daba a la tinta una oscuridad y una profundidad adicional que a Jaejoong le encantaba.

Lentamente cogió su pincel y comenzó a trabajar en una nueva pintura. Se parecía mucho a la que le había regalado a Changmin en el día de su boda. Un dragón—en toda su gloriosa majestad—volando directamente hacia los sugerentes rayos del sol. Trazó una planicie desde la cual el dragón despegaba, dos bueyes mirando con curiosidad como la criatura se perdía entre la resplandeciente luz.

Sus pinceladas eran suaves y se respiraban al compás del murmullo del agua y la ligera brisa que pasaba volando a su lado, estimulando  las puntas de sus dedos y sus mejillas. Una vez terminados sus trazos, firmó rápidamente con tinta unas pocas líneas en su hermosa y precisa caligrafía.

“Los hermanos de compañía nunca deberán separarse. Donde esté uno, el otro lo seguirá. Incluso desde los cielos, el sol siempre brillará sobre el dragón.”

Dejando a un lado su pincel, Jaejoong observó sus alrededores. El día era claro y el agua fresca. Este era el hogar que había conocido durante toda su vida, y aún así no era más un hogar ahora que Changmin se había ido.

Sonrió. Era su momento de marcharse y descubrir un nuevo hogar. Le había hecho una promesa a Changmin de seguirlo a donde sea que fuera y él la mantendría. Cerrando los ojos se llevó lo que restaba de tinta a la boca y lo bebió. El líquido espeso y viscoso mezclado con veneno se deslizó por su garganta.

Vería a Changmin pronto.

Horas más tarde, el hijo menor de Changmin bajaba al estanque solo para descubrir el cuerpo de su amado tío Jaejoong recostado pacíficamente en la orilla.

Llamó a gritos al resto de sus hermanos y ellos bajaron corriendo a toda prisa. Mu Ryul contempló al hombre, el cual se veía tan hermoso como siempre a pesar de su edad y al resplandor de la muerte filtrándose y quitándole el color a su piel.

Gentilmente se arrodilló al lado del cuerpo, observando a su tío y luego a la pintura que había dejado atrás. Sonriendo con conocimiento, el muchacho enrolló el pergamino y observó a sus hermanos.

“Tío Jaejoong está donde tiene que estar justo ahora.”

Era un pequeño consuelo para el muchacho, saber que su padre y su tío tenían la compañía del otro aún en los cielos.

“Cuida de mi padre, Jaejoong.” Murmuró el muchacho. Se volvió hacia sus hermanos para confortarlos, perdiéndose la forma en que los rayos del sol danzaban alegremente a través del estanque después de pronunciadas aquellas palabras.

El Dragón y el Sol estaban reunidos en el cielo una vez más.

- FIN -


Extra~

Fan-arts del Fic by Jaejoong

4 comentarios:

  1. waaaaaaaaaaaaaaaa hesta hermoso sin duda alguna uuuu que amor (llorando sobre el teclado XD)

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    1. *le alcanza un pañuelito*
      Hermosa historia, la verdad

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  2. Anónimo5/8/13, 2:13

    Kyaaaa que bello lo juro, estoy llorando es un amor tan bonito dios, ya no se que poner
    Este fico fue genial, ya habia leido dos capos pero ahora lo lei complreto
    Soy fan de este blog y quiero segir leyendo mas ficos de hosu y minjae
    Gracias por subirlos

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  3. oh chit~ estoy llorando cual Magdalena ;3;
    Dios! es que amo los fics con tematica histórica <3
    Te quedó hermoso *A* en serio! Es que la historia fue tan conmovedora, la lealtad, el amor, esa promesa de siempre estar juntos.... LO AMÉ COMPLETITO!!!!
    Muchas gracias por compartirlo~

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